Experimento de Paul Ekman

31.05.2015 11:29

En los primeros años de su vida profesional, estudió los gestos de las manos, hasta que en i965 dio un giro a su carrera. Durante cinco años, Ekman viajó alrededor del mundo para comprobar científicamente si los gestos y las expresiones difieren con la cultura, siguiendo las teorías de antropólogos tan destacados como Margaret Mead. Según esta línea de pensamiento, los seres humanos aprendemos los gestos y las expresiones a través del contacto social, y éstos varían en función de la cultura. Pero el investigador recordó que Charles Darwin había dicho exactamente lo contrario: las expresiones humanas eran innatas y por tanto universales entodas las especies. Pese a tan categórica afirmación, no existían pruebas para corroborarlo. 

Con sólo 30 años de edad y utilizando la fotografía como soporte, se dispuso a descifrar este enigma. Para ello, enseñó fotografías a personas de cinco países diferentes, –Chile, Argentina, Brasil, Japón y Estados Unidos–, para que identificasen la emoción de la imagen. Las interpretaciones coincidieron. En Japón y Estados Unidos, Ekman evaluó el comportamiento facial en un laboratorio y descubrió que, en solitario, tanto japoneses como estadounidenses, al ver vídeos con escenas quirúrgicas y accidentes, movían los mismos músculos de la cara. Sin embargo, cuando un científico estaba presente durante el experimento, los japoneses tendían a enmascarar más las emociones de desagrado con una sonrisa. Intrigado por estos resultados, decidió cotejarlos en una cultura aislada de la civilización y convivió dos años con el pueblo fore en Papúa Nueva Guinea.

Ekman pensaba que si Margaret Mead estaba en lo cierto –las personas aprendían las expresiones de la cultura, del ambiente–, y Darwin se equivocaba, entonces en una civilización virgen como la de los fore, podría encontrar expresiones emocionales que nunca hubiera visto antes. No fue así. “Ni siquiera sabían lo que era una cámara de fotos. Al principio, fui su fuente de entretenimiento. Les fascinaba ver por primera vez una linterna o que encendiera una cerilla”. De este modo, descubrió que los fore no poseían un lenguaje escrito con el que identificar una lista de palabras que designasen una emoción. Así que les pidió que le contaran historias sobre diferentes estados de ánimo a cambio de una pastilla de jabón o un paquete de cigarrillos. Mientras Ekman filmaba y fotografiaba sus rostros, se dio cuenta de que las historias que contaban coincidían con la emoción de sus semblantes. “Al volver a Estados Unidos enseñé el material grabado sin editar a mis alumnos y tampoco ellos tuvieron dificultad en interpretar correctamente las emociones de los neoguineanos”. 

Tras este viaje, la teoría de Darwin salía fortalecida. Las expresiones de alegría, tristeza, ira, sorpresa, asco, miedo y desprecio son universales, independientemente de la sociedad o la cultura a la que se pertenezca. “Todo lo demás, los gestos con las manos, incluso si reprimimos la emoción o la expresamos abiertamente, lo aprendemos de nuestro entorno y varía en función de la persona”, afirma el científico. (Revisar Cuadro de Ekman)

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